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sábado, 3 de junio de 2017

Gibraltar en 1890.




Con el asunto del Brexit ha vuelto a salir a la palestra el tema de Gibraltar. Y aunque habrá mucho que hablar, parece que, por lo menos, España tendrá derecho de veto contra algunas decisiones tomadas en el Peñón.
El tema de nuestra reclamación sobre la soberanía de Gibraltar no es nuevo. Lo sabemos. Como lo sabían hace 151 años, José Picón y Francisco Asenjo Barbieri que, en el Teatro de la Zarzuela, dieron a conocer una zarzuela titulada Gibraltar en 1890.
La traemos aquí para demostrar que eso de que la zarzuela está muerta, anticuada, fuera de su tiempo, etc. etc. es una opinión más que discutible, emitida muchas veces, por desconocedores de este modelo de teatro lírico. Además, se nos ha ocurrido proponer al Teatro de la Zarzuela, que se plantee ponerla en escena, e invite a los parlamentarios (que tan cerca están) a contemplar una función. Estamos seguros de que todos encontrarán en esta pequeña obra, argumentos para justificar su punto de vista (en esto son verdaderos especialistas) y comprobarán, de verdad, qué es eso de la zarzuela.  Creemos que pasarán un buen rato.
Después, si no les gusta, están en su derecho. Pero si se aficionan, quizá decidan tocar lo del IVA, quizá presten algo de ayuda al género … Aunque mucho nos tememos que eso sea, como esta zarzuela, otro “sueño”.


Portada del libreto
Gibraltar en 1890. Sueño lírico en un acto y en verso. Texto de José Picón. Música de Francisco Asenjo Barbieri. Estreno: Teatro de la Zarzuela, de Madrid, el 22 de enero de 1866. Acción en Gibraltar.

Números musicales. Introducción orquestal. Coro de extranjeros y Juan (“Barberos españoles”). Coro de escoceses. Luis, Juan (“¡Derechos y firmes!”).  Cuarteto. García, López, Luis y Juan (“El proyecto temerario”). Escena. Samuel, judíos y soldados (“Venid con sigilo”). Escena final. Samuel, judíos, mujeres, niños (“Milord, misericordia”).

Personajes e intérpretes del estreno. Miss Fanny Clayton, hija de Lord Clayton (Dolores Fernández). Mistress Ana, aya de Fanny (Carolina Luján).
Lord Clayton, general gobernador de la plaza (Calvet).  Luis Pla, tabernero (Dalmau). Juan Plo, barbero (Landa). López, neocatólico (Arderíus). García, republicano (Jiménez). Samuel, comerciante judío (Rochen). Un policeman (Sr. Castillo).


Argumento. Acto único. Interior de una tienda de aspecto extraño[1] [Introducción orquestal]. Luis, sentado y pensativo; Juan, afilando la máquina de afeitar. Entran distintas personas (rusos, armenios, chinos o ingleses) y Juan les atiende [Coro de extranjeros y Juan]. Entran los judíos, con Samuel a la cabeza y se dirige a  Luis pidiéndole de beber al tiempo que importuna a los españoles diciéndoles que nunca podrán echarles de Gibraltar, porque es Inglaterra. Luis y Juan se enfurecen y atacan a Samuel. Este llama al Policeman y se marcha contento porque el policía ha multado a los españoles. Luis está rabioso y dispuesto a todo, pero Juan consigue tranquilizarle.



Llegan Mis Fanny, con un libro y Mistress Ana con un quitasol. La primera pide a Luis que le explique ciertos pasajes del Quijote y Ana a Juan que le hable, con ejemplos, de los vinos españoles. Luis confiesa a Fanny que la desea por esposa; ella también le quiere, pero no pueden casarse porque Fanny es católica y él es un simple  tabernero. Luis pide una semana, al cabo de la cual se habrá convertido en héroe o estará muerto. Regresan de su paseo Juan y Anna, que tampoco pueden casarse: ella es el aya de Miss Fanny y el un simple barbero. A Juan se le ocurre cambiar de oficio, pero ni aún así.



Entran García y López, bastante azorados y las mujeres se despiden. Los recién llegados se presentan como españoles diciendo que les persiguen por conspiradores y explican sus divergentes ideas políticas y revolucionarias (García es republicano y López, católico). Luis y Juan intentan apaciguarles: primero habrá que conseguir el triunfo, después tiempo habrá de hablar.



Unos soldados escoceses borrachos [Coro de escoceses] pretenden afeitarse. Luis y Juan se oponen; la discusión sube de tono y aparece Lord Clayton preguntando qué ocurre. Los españoles contestan que no pueden poner en marcha la máquina para clientes borrados porque es arriesgado. Lord Clayton trata de que hablen de uno en uno y como no lo consigue, ordena a los soldados que se marchen o les enviará al calabozo. Los españoles se muestran agradecidos.




Lord Clayton pide ser afeitado a mano mientras saborea un buen jerez. Juan comenta que los soldados están bebidos desde por la mañana; Lord Clayton le reprocha que no comprendan la hospitalidad que les presta Inglaterra y que la tienda sea siempre lugar de alborotos. El problema, apunta Luis, es que barbería y taberna estén una frente a otra, porque los ingleses, después de emborracharse, quieren ser afeitados. Lord Clayton tiene la solución: sólo tendrá que haber un establecimiento. Ni Juan ni Luis están conformes. Lord Clayton presume de las bondades de Inglaterra y los españoles le recriminan los bienes que han robado, poniendo Gibraltar como ejemplo. Lord Clayton lo niega: tienen Gibraltar por un tratado. Luis le recuerda lo sucedido (el episodio del pirata Drake) y que tienen el peñón por la acción de Luis XIV, que regaló lo que nunca fue suyo, y por el mal rey y el mal gobierno de España que aceptaron el tratado. Lord Clayton argumenta razones económicas y zanja la discusión diciendo que devolverán Gibraltar a España cuando acaben las guerras intestinas en España y la nación esté unida.



Los españoles se sienten humillados y enfadados con ellos mismos; el inglés tiene razón y deciden conspirar. Luis, de buena familia, confiesa que quedó en la ruina por malgastar su herencia y al caer en tal estado tomó una decisión: se hizo con el local de la barbería y, aprovechando que Gibraltar es puerto franco, adquirió en Nueva York un tubo de goma elástica con “mercurio fulminante y con nitroglicerina”. Juan continúa con la explicación: El inmenso alambique que destila el aguardiente es, en realidad, una fundición que forja barrenas, y la máquina de afeitar es una perforadora que hace agujeros de hasta cien metros de profundidad, como lo de un gran barreno. La tienda, en cuestión, es la quinta que tiene y todas están unidas por unos hilos metálicos que, parecen un telégrafo, pero que terminarán formando una “galvánica pila”. Mañana van a provocar una explosión que convertirá en ruinas la roca; así quedará  borrada del mapa la señal de la ignominia. Con esta acción, quien fue en vida un criminal, morirá como un héroe.



Tras esta declaración Juan y Luis entregan sus testamentos a García y a López y  les aconsejan que se marchen a Algeciras. Ellos deciden quedarse y todos se dan la mano efusivamente [Cuarteto].



Aparecen Fanny y  Anna con una mala noticia: ha estallado una insurrección militar y los soldados piden al gobernador la cabeza de Luis y de Juan, porque se niegan a afeitarles y a venderles licor. Lord Clayton, para aplacarles, les ha prometido que los señalados se marcharán de Gibraltar, y hacia aquí se dirige con sus soldados. Las dos mujeres caen desmayadas pero se recuperan en cuanto Juan les acerca a la nariz un vaso de ginebra. Anna y Fanny se muestran zalameras con Juan y Luis, los cuales las aconsejan la huida pues corren un gran peligro. Las mujeres se niegan. Luis ordena a Juan que cierre las puertas y ponga en marcha el mecanismo.



En la Plazuela del Martillo[2], de  Gibraltar. Se escuchan tambores y clarines que preceden a los soldados escoceses, desarmados, seguidos del pueblo [Escena].

Jsé Picón, el libretista


Samuel señala la casa donde se atrincheran los españoles con Fanny y Anna. Luis anuncia que si rompen la puerta, todos morirán. Samuel, parapetado tras los soldados, sigue incitando a los asaltantes, cuando Juan abre la puerta y sale con una bandera española en la mano. Lord Clayton se interpone y da a Juan un breve plazo para que se marche. Ante tal generosidad, Juan ofrece una prueba de grandeza y explica que él y Luis, aparentemente dos desgraciados, son en realidad, caballeros ilustres y con recursos que han venido a Gibraltar para exponerse a una muerte cierta y declaran que, habiéndose Inglaterra apoderado de Gibraltar por la fuerza y no habiendo cumplido las promesas de devolverlo; habiendo robado Inglaterra cuatro navíos españoles que venían de América cargados de plata, y otros reproches,, han decidido declarar la guerra a la Gran Bretaña. Lord Clayton pregunta si tienen algún arma mágica y Juan contesta que sólo una: una enorme pila de Volta que reducirá a escombros el peñón. Pero como España no olvida la ayuda que Inglaterra le prestó contra Francia en la Guerra de la Independencia. le ofrecen un día para que abandone la plaza y salve la vida. Lord Clayton pide una prueba de lo que ha escuchado y Luis, cumpliendo la orden de Juan, hace volar el castillo del Hacho[3]. Se escucha una gran explosión y el Hacho desaparece. Las mujeres, niños y los judíos se arrodillan; Lord Clayton entrega al Policeman una nota en la que pide instrucciones a su gobierno: ¿entrega la plaza o mueren todos? Los ciudadanos ruegan al gobernador [Escena final]. Lord Clayton pide que estallen los barrenos y así morirá con honor. Los cuatro españoles y las dos damas inglesas creen que es un sacrificio inútil y los soldados elogian el valor de su general.



Lord Clayton ordena a los civiles evacuar la plaza. Luis le indica que Fanny le quiere y va a morir con ellos; su padre, recordando la gesta de Guzmán el Bueno entrega a Luis sus propios fósforos para que ponga en marcha la pila.



De pronto suena el telégrafo y el Policeman recoge el mensaje.  Desde Londres indican al gobernador que, puesto que no es posible conservar la plaza, la entregue haciendo ver que la cede por magnanimidad, porque aprovechando que es el aniversario del nacimiento de Cobden, a propuesta de Mister Brigh[4], el Parlamento ha decidido que Gibraltar no interesa y su restitución es aconsejable en estos tiempos.



Entre vivas a Inglaterra y a España, todos se abrazan. Luis aprovecha para pedir la mano de Fanny que Lord Clayton le entrega como símbolo del vínculo sagrado entre Inglaterra y España.



Comentario. La zarzuela, llamada con mucha intención “sueño lírico”, fue bien recibida, especialmente por la calidad de la música, reconocida por los cronistas de la prensa. Pero antes de reproducir algunos de los comentarios, tenemos un testimonio excepcional, nada menos que el de Gustavo Adolfo Bécquer (“Revista de la semana”, en El Museo Universal, 28-1-1866),  que, aunque no lo hizo público muchas veces, era un crítico musical muy exigente, especialmente en lo relacionado con el canto. Escribe el poeta sevillano: “respecto al juguete titulado Gibraltar en 1890, nos parece poco lisonjero para España que sólo en sueños pueda suponerse posible la recuperación de aquella plaza, y eso por los medios sobrenaturales que emplea el protagonista de la zarzuela”.



Firmada por “J” , apareció en La Época 822-1-1866), este comentario, parcialmente reproducido en La Discusión del 28 de enero::

Gibraltar en 1890 encierra un buen pensamiento. Lamentarse de que los españoles sólo se ocupen en rencillas de partido, y en revoluciones políticas, descuidando todo aquello que puede contribuir al engrandecimiento y al bien de la patria en general, es una buena idea, solo que el Sr. Picón, autor del libreto, ha estado poco acertado en el modo de desarrollar.
Esta idea es demasiado noble y grande para tratarla en caricatura.
Además de que el Sr. Picón, sin pensar que su zarzuela iba a cantarse en un teatro donde sería fácil que hubiera muchos extranjeros, permite que el gobernador de Gibraltar diga delante de cuatro españoles, que la España es un país de perdidos, sin que estos rompan algún miembro, o todos, al dicho milord gobernador.
Convenimos con el Sr. Picón en que en España hay muchos perdidos, pero el Sr. Picón debe convenir con nosotros en que estas cosas no se deben decir sino en familia.
De los tuyos hablarás, pero no oirás[5], dice el refrán. además de que si en España hay muchos perdidos, como los hay y los ha habido en todos los países del mundo, también hay muchos que se hallan muy bien encontrados, y que les duele en extremo el que en público se digan semejantes cosas.
El libro está muy bien versificado, pero carece de situaciones musicales.
Sin embargo, el Sr. Barbieri, autor de la música, ha sacado de él gran partido.
El coro de introducción es de mucho mérito, así como el cuarteto entre los cuatro españoles y la escena final.
Todas las piezas están perfectamente instrumentadas y muchas de ellas, además de ser muy aplaudidas, merecen todas las noches los honores de la repetición”.

En una simple gacetilla, el Boletín de loterías y toros (23-1-1866), publicó:

“La música de Gibraltar en 1890 tiene piezas adecuadas al libro, y escritas como lo sabe hacer el señor Barbieri, autor de ella, siendo aplaudido y repetido un cuarteto; la ejecución fue bastante buena, habiendo sido llamados al final actores y autores”
 

Francisco Asenjo Barbieri, el compositor


En el diario La Época (23-1-1866), sin firma, se pudo leer:

“ [Gibraltar en 1890], debida a la pluma del Sr. Picón, está basada en una anécdota francesa publicada hace años en la Revista des Deus Mondes, y tiene la gracia y el buen gusto literario peculiares al aplaudido autor de Pan y toros. La entonación algo seria de la obra y los pensamientos elevados en que abunda, puestos en boca de personajes grotescos, perjudicarán sin duda a aquella en vez de favorecerla. Aún así tuvo  buen éxito, siendo llamados los autores al final entre unánimes aplausos. El triunfo, sin embargo, correspondió por derecho al Sr. Barbieri, autor de la música, que ha dado una prueba más de su indisputable talento. Riqueza de instrumentación, originalidad, buen gusto, sabor español, todo esto encierran las piezas musicales, entre las que descuellan un coro de hombres y un cuarteto que merecieron los honores de la repetición entre bravos y palmadas”.

La Gaceta musical de Madrid acogió el 25 de enero de 1866, bajo la firma de “O”, estas impresiones:

“Diremos, sí, que Gibraltar en 1890,  llamada sueño lírico por sus autores, encierra un elevado pensamiento, cual es el de la reconquista de Gibraltar, y que, por lo mismo, en vez de haber sido tratado en parodia, debió haber sido objeto de una composición literaria en que hubiera descollado el género heroico. Si es una profecía lo que ha querido aventurar el Sr. Picón, inspirándose en un levantado sentimiento nacional, debió haber huido de la caricatura. Por esta razón tiene doble mérito e importancia la música del Sr. Barbieri que guarda perfecta consonancia con el pensamiento, no con la forma general del libreto.  En el preludio se oyen algunas ligeras indicaciones de un himno patriótico inglés, mezcladas con varias frases de la jota aragonesa.  Pero donde el Sr. Barbieri ha hecho gala de sus dotes de compositor ha sido en el cuarteto y coro que traen involuntariamente a la memoria la situación del final del primer acto del Barbero; de manera que a no existir la obra inmortal del inmortal Rossini, aquellos dos trozos de música del Sr. Barbieri serían un tipo acabado de sonoridad y del más delicioso claro-oscuro. No es esto decir que el Sr. Barbieri haya sido un servil imitador de Rossini; es manifestar que en su género el Sr. Barbieri ha hecho una composición típica.
Por supuesto que no hay ni en el cuarteto ni en el coro del Sr. Barbieri reminiscencia alguna que pueda acusarle de plagiario; lejos de eso, el ritmo musical, las entradas de las voces, la gradación de las mismas y el conjunto todo dan a estas dos piezas un sabor en extremo original. Y el público, que sabe distinguir con su maravilloso instinto el oro del doublé, aplaudió frenéticamente y pidió la repetición de ambas piezas”.



Por último, un breve comentario de la revista humorística Gil Blas (27-1-1866):



“He visto Gibraltar en 1890.

Como quien dice, he visto los imposibles.

La música de Gibraltar en 1890 es de rechupete.

Sí señor, muy buena.

Vamos, lo que se llama buenísima.

En fin, una señora música.

Digámoslo de una vez: música de Barbieri.

-       ´¿Qué le parece a Vd. aquella hija del general gobernador  de Gibraltar metida en líos con el barbero?

-       Diré a Vd., un inglés me parece mal en cualquier parte; pero una inglesa … ya es otra cosa.”

   

En 1991, Gabriel Fernández Álvez realizó una versión a la que denominó ópera en un acto, que dedicó a la memoria de Barbieri. El texto original fue, a su vez, revisado por Andrés Ruiz Tarazona. Sobre esta revisión escribió Antonio Fernández-Cid escribe: "las melodías son gratas, de un lirismo claro, y si pudiese marcarse la diferenciación entre lo heredado y lo que ahora nace, tendríamos que hallarla en cierta envergadura orquestal que desequilibra un poco la balanza, aunque beneficia la calidad".



¿Veremos algún día la devolución de Gibraltar? ¿Veremos algún día Gibraltar en 1890 sobre las tablas?. El tiempo lo dirá, pero si Picón y Barbieri soñaron, “¿por qué no hemos de poder soñar nosotros?. J.P.M.


[1] El libreto indica: “A la izquierda del público, una rueda giratoria horizontal con diez o doce cuchillos verticales, de modo que, colocándose otros tantos hombres sentados en sillas alrededor de la máquina y aplicando la cara, pueda suponer buenamente el espectador que se afeitan”.
[2] Antiguo nombre de la actual John Mackintosh Square, una de las principales plazas del Peñón.
[3] Monte español en la ciudad de Ceuta, considerado una de las dos Columnas de Hércules de la Antigüedad.
[4] Se trata Richard Cobden (1804-1865) y John Bright (1911–1889),  parlamentarios ingleses que consideraron inmoral la usurpación del  peñón.
[5] Refrán referido a los roces y discusiones familiares, que recuerda que una cosa es que uno mismo hable mal de los suyos y otra, muy distinta, que lo haga cualquier extraño. Esto último suele considerarse intolerable.

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