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miércoles, 29 de marzo de 2017

Nostalgia de la radio.




Château Margaux. Juguete cómico lírico en un acto. Libreto de José Jackson Veyán. Música de Manuel Fernández Caballero. La viejecita. Zarzuela cómica en dos actos. Libreto de Miguel Echegaray. Música de Manuel Fernández Caballero. Versiones libres de Lluis Pascual.
R. Iniesta J. Castejón. R. Velasquez. E. Sánchez. Miguel Sola. A. Torres. Escenografía: Paco Azorín. Vestuario: Isidre Prunés. Coreografía: Mónica Runde. Dirección de escena e iluminación: Lluis Pasqual. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro de la Comunidad de Madrid, titular del Teatro de la Zarzuela (Dtor.: Antonio Fauró). Dirección musical: Miquel Ortega. Teatro de la Zarzuela, de Madrid, 26 y 30 de marzo de 2017.


Château Margaux (Foto. TZ. Javier del Real)
Lluis Pascual, responsable de este espectáculo, confiesa el origen de su interés por la zarzuela a través de la programación de la radio que, cuando era niño, estaba permanentemente encendida en su casa. Esta es la razón de que este doble programa del Teatro de la Zarzuela gire en torno a ese medio de comunicación, adaptando el contenido original de las obras a un  guión, ágil y teatral, que funciona estupendamente, aunque para ello haya desaparecido, el argumento, algunos personajes y el texto de la obra de Jackson Veyán y, creo que parte del libreto de La viejecita.

En su lugar, y además de otros personajes relacionados con la milicia de la época (ambientada en los años cincuenta del pasado siglo) ha introducido la figura de Ricardo Gracián, locutor de radio famoso y comunicador, formidablemente desarrollado por Jesús Castejón, que, durante la primera parte del programa es la figura preeminente del espectáculo. Hay que reconocer que el texto de este personaje tiene fuerza, gracia, su poco de crítica “políticamente correcta” y exige un  intérprete de mucha energía, y con capacidad para transmitir emociones y sentimientos con la voz. Todo ello lo consiguió el gran Castejón, actor-cantante, que dio una auténtica lección interpretativa. Cuando se tiene un intérprete de este nivel, se pueden tener textos largos, de complejidad expresiva, y de compleja realización.

La primera parte del espectáculo (que se desarrolla sin interrupción) es la transmisión, en directo, de la final de un concurso de radio en el que se interpretan los números musicales de Chateau Margaux.  

La viejecita (Foto. TZ. Enrique Moreno Esquibel)
Tras el concurso, pasamos a la interpretación de La viejecita, en una escena clásica, con una espectacular escalera imperial, bajo la cual se coloca la orquesta. Este detalle, tiene su importancia; al estar el conjunto en el escenario y no en el foso, los cantantes la tienen más cerca, pero detrás, lo que, seguramente, les ha llevado a tener que resolver problemas de adaptación. Debo decir que no he observado inconveniente alguno, ni desajustes. Por otra parte, el sonido me pareció muy cálido, quizá más directo, aunque esta impresión pueda ser subjetiva. En cualquier caso, el trabajo de Miquel Ortega, en la dirección fue elegante y delicado.

Hay que destacar, también, la teatralidad del montaje. Lluis Pascual es un hombre de teatro y con la representación que ha ideado demuestra su conocimiento del entorno. En Château Margaux el texto es ágil, directo y representativo de la idea creadora; muchos detalles sorprenden al público (no voy a desvelarlos), que se convierte inmediatamente en cómplice. En cuanto al movimiento de los actores y cantantes, consigue en esta página llenar el escenario con la sola presencia de tres o cuatro personas. En La viejecita, el montaje y su desarrollo en la escena se decantan por la vía de la espectacularidad, aunque le basta un único decorado, protagonizado por esa gran escalera a la que saca un gran partido.


En cuanto a las voces, la figura destacada es la de Ruth Iniesta. Voz cálida, redonda, afinada y firme, y mucha gracia y frescura en la escena. Ricardo Velasquez, de origen panameño formado en Barcelona, resolvió su intervenciones con eficacia y destacó, sobre todo en el Carlos del baile, que interpretó con elegancia y cierta picardía, aunque quizá excesivamente estereotipado. La idea del texto original es el engaño, y el personaje presentado llama la atención pero no engaña a nadie.  Recordemos, además, que este papel nació para ser interpretado por una soprano, disfrazada de hombre. Lo hizo la gran Lucrecia Arana, a la que el Teatro rinde homenaje proyectando en el vestíbulo un interesante documento visual.

El coro, de tamaño reducido, funcionó muy correctamente; en la primera parte sólo las voces masculinas que cantaron con empaste y musicalidad; en La viejecita se incorporaron las mujeres que mantuvieron el mismo nivel.

El vestuario, en la primera obra, adecuado a la época y al ambiente, en La viejecita, espectacular, y dentro de la concepción clásica para este tipo de obras.

Un detalle curioso fue la original salida de los intérpretes a saludar, prueba de que en el espectáculo se han cuidado todos los detalles.

Este montaje doble, coproducción de los teatros Arriaga, Campoamor y el Festival Grec’98, se ha visto ya en Bilbao, Oviedo y Barcelona y en estos lugares ha tenido un gran éxito, el mismo que ha obtenido en la Zarzuela, donde el auditorio ha respondido con aplausos cerrados.

Vidal Hernando.

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