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sábado, 2 de noviembre de 2013

EL PARTIDO ZARZUELERO





Seb.
Buenos días, Don Hilarión.

Hil,
Buenos días, Don Sebastián. Le he traído estas píldoras …

Seb.
¿Unas píldoras? ¿Por qué? No tengo dolor alguno, ni molestias; vamos que me encuentro como un muchacho.

Hil.
Ya lo veo. Es sólo por precaución. Por si le da un acelerón a su motor, o sea una taquicardia. O se le juntan el aire y la saliva en el conducto traqueal y entra usted en un episodio espasmódico.

Seb.
¡Don Hilarión! ¿Qué ocurre? ¿Me trae usted algún suceso irreversible y fatal?

Hil,
Nada de eso, todo lo contrario. Le traigo una gran noticia: Ya sé cómo solucionar el futuro de la zarzuela.

Seb.
¿El futuro de la zarzuela? ¡Pero eso es estupendo! Y, dígame, ¿cómo?

Hil.
Ahora viene lo peligroso… ¡Creando un partido político!


Seb.
¿Eh?

Hil,
¿Lo ve? Se ha quedado usted inútil de la facultad del habla y empieza a enrojecerle la color de la cara. Si en unos segundos no vuelve usted a respirar, tendré que hacerle tragar la píldora.

Seb.
¡Un partido político! ¿Está usted en sus cabales? ¿Corre sangre por sus venas o se la han cambiado por aguardiente de orujo?  ¿Ha sufrido usted un sismo en la cabeza?

Hil.
No se preocupe. Estoy bien, no me pasa nada y comprendo perfectamente su inicial sorpresa. Permítame que se lo explique.

Seb.
Hágalo porque su idea me parece más peregrina que la procesión del Rocío.

Hil,
Allá va. Estará usted conmigo en que la zarzuela está muy olvidada.

Seb.
No puede negarse, pero …

Hil.
Que está denostada…

Seb.
Como los políticos.

Hil,
Que está despreciada …

Seb.
Como los políticos.

Hil.
Que está desprestigiada …

Seb.
¡Como los políticos!

Hil,
¿Qué hacer, entonces? Seguir el consejo del mismísimo Napoleón: si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él. Lo cual, traducido, se esquematiza en dos palabras: ¡hazte político!

¡Eso es lo que hay que hacer! ¡Un partido! Y tendremos todas las ventajas, gabelas, prerrogativas, chollos y oportunidades que tienen ellos: los bancos nos darán créditos que no habrá que pagar y no faltarán amantes del género que aporten caudales por encima o por debajo de la cuerda. Además, podremos llevar el mensaje del partido, o sea la zarzuela, por toda España, viajando gratis o al menos como mediopensionistas.

Participaremos en debates que nada solucionan, pero que nos permitirán hablar de lo nuestro, venga o no a cuento del asunto que se discuta.

Fíjese, Don Sebastián, ¡hasta podremos increpar impunemente a la ópera, al fútbol o a la tele, que nos quitan seguidores cada día!

Seb.
Le veo a usted entusiasmado, pero, déme más detalles. ¿Dónde se alineará el partido, en la izquierda o en la derecha?

Hil.
Verá usted. Primero pensé colocarlo cerca de una puerta, por si hubiera que salir a escape, pero luego me dije: Hilarión, el sitio es el centro, porque la zarzuela no es vieja, ni decrépita, ni vanguardista, o sea, el partido debe ser equidistante, ambivalente, ambidextro, ambiguo… lo que ahora llaman un partido bisagra.

Seb.
Ya… Antes los llamábamos chaqueteros.

Hil.
Nada de chaqueteros. El partido siempre defenderá y votará lo mejor para el conjunto de los ciudadanos, … teniendo siempre presente aquella máxima de: el interés bien entendido empieza por uno mismo.

Seb.
Perdóneme, querido amigo. No es el interés, sino la caridad…

Hil,
Lo sé, lo sé. Pero como será un partido laico …

Seb.
¿Y el nombre? ¿Ha pensado usted en el nombre? ¿En unas siglas?

Hil.
Naturalmente. Se llamará Partido Zarzuelero. Un nombre corto, identificable (¿qué hay que suene mejor que la zarzuela?). Partido zarzuelero, PZ.

Seb.
Menos mal que hablamos en castellano, si fuera en inglés…

Hil.
No le entiendo.

Seb.
Usted sabe que casi todas las siglas en castellano son las mismas en inglés, pero dadas la vuelta: nuestro OTAN es su NATO…. Su partido sería … ZP.

Hil,
¡No lo tome usted a broma, que la cosa es muy seria!

Seb.
Perdone, no quería ofenderle. Es que me vino a la cabeza como un relámpago. Ya sabe usted que aquí el personal es muy fino y no le cuesta ningún esfuerzo buscarle las cosquillas a uno, los tres pies al gato, los colores a la molinera… Pero, siga, siga. ¿La estructura organizativa?

Hil.
Piramidal, como todos. Pero como el PZ será un partido mediano, es decir situado en el medio, he pensado que su organización estructural debe ser algo novedoso, innovador, moderadamente audaz y al tiempo, de raíces profundas, anclado en el sólido principio básico de la supervivencia: nadar y guardar la ropa.

El PZ tendrá dos cabezas visibles y pensantes: La mía (perdone que me ponga el primero) y la suya.

Seb.
¿Yo?  ¿Un modesto tendero de barrio convertido en dirigente político? Decididamente, esta  mañana ha confundido usted el café con leche con alguno de los elixires etéreos de su rebotica y se le ha ido el santo al cielo.

Hil.
¡Y dale! Abra usted los ojos de la mente y piense, sin prejuicios, que no todo es lo que parece. Vamos a ver, ¿quién soy yo?

Seb.
¿Usted? Lo primero, un amigo.

Hil,
Vale, de cuerdo. ¿Y después?

Seb.
Un buen boticario de extrarradio. Simpático y agradable con su clientela. Caritativo, aunque sé que no le gusta que se sepa. Discreto, porque si usted hablara, … ¡me río yo de los secretos de confesión! ¡Y un enamorado del bello sexo!


Hil.
De las bellas, de las medianas y de las simplemente resultonas. Usted mismo lo ha dicho: soy caritativo.

Pero tengo otras cualidades. Cuando hace falta, tengo un carácter rígido y radical. Soy intransigente y cabezón, Hay cosas con las que no trago y caminos por lo que no transito. No me negará usted que esto, en el mundo de la política, no es importante. Se puede negociar, ceder, consensuar, acordar, … pero uno tiene principios básicos inamovibles, y en este mundo se demuestra con firmeza, con rigor, … o absteniéndose, que viene a ser como escurrir el bulto, pero en parlamentario.

Además, soy boticario. Es decir, un experto en alquimias, en mejunjes. En la rebotica estoy siempre rodeado de matraces, pipetas y tubos de ensayo. Tengo cientos de redomas con los más variados principios básicos de la farmacopea científica y popular. Algunos son extremadamente peligrosos, pero de su mezcla y combinación salen medicinas que curan grandes males. Y yo, el boticario, soy el habilidoso experto que lo hace posible. Soy casi como un santo milagrero, permítame que presuma  un poco.

Seb.
Cierto, bien cierto. Usted es capaz de mezclar el hambre con las ganas de comer y que el enfermo se crea saciado. Usted es capaz, también, de darle a quien lo necesite un tósigo que le facilite el transporte al otro barrio, sin los inconvenientes y desagradables trámites aduaneros. Y, que, además, se lo agradezcan.

Hil.
¿No le parecen todas cualidades adaptables al mundo político?

Seb.
Visto desde ese vértice. Pero, dígame, ¿qué pinto yo en esto? Soy un sencillo comerciante de barrio sin más pretensiones que seguir viviendo honradamente de mi negocio.

Hil,
¿Usted? ¿Un simple mercader?  Nada de eso, querido amigo. No se minusvalore. Usted es un verdadero genio de las finanzas, compra barato y vende caro. Un mago de las ventas: todo el mundo sabe sus trucos, pero los hace usted delante de sus narices y nadie los descubre. Tiene usted una envidiable mano izquierda que muestra a la vista de todos por derecho. Que tiene falta de efectivo, se monta una campana de dos por una en medias … y las vende como enteras. Que hay que dar salida a lo almacenado, rebajas por cambio de temporada o por arqueo. Y, ¿Qué me dice del éxito de los precios del céntimo? Sí, hombre sí; eso de 9 con 99 en lugar de diez. ¡Quien mejor que usted sabe que es lo mismo dos duros que cuarenta reales! Si usted se encarga de las finanzas del partido, le veo capaz de juegos malabares con las ayudas y subvenciones, y me río de los expertos en ingeniería financiera

Seb.
Bueno, Don Hilarión. Usted también es comerciante.

Hil.
No señor mío; yo no puedo hacer descuentos porque lo prohíbe la Ciega, o sea la Ley. Tampoco utilizar otros métodos de venta. Fíjese hasta donde llega el asunto que a mi negocio lo llaman “oficina” y no tienda. Tampoco puedo regatear con mis parroquianos y en eso es usted un hacha. ¿O me equivoco? Pero, además, es usted el mejor sicólogo que conozco.

Seb.
¿Yo sicólogo? ¡No me diga!

Hil.
Lo digo. Usted, y corríjame si me equivoco, sabe al primer golpe de vista si la que entra por la puerta de su tienda tiene intención de comprar o sólo busca pegar la hebra. En cuanto la ve, sabe la talla que usa, el tipo de vestimenta que le conviene, el color adecuado que destaque sus virtudes y palie sus defectos.

Llega usted más allá, a terrenos de sicología aplicada porque, una vez que le ha colocado la mercancía, aconseja a su cliente qué peinado necesita o qué zapatos le cuadran.

Seb.
Hombre, Don Sebastián. Eso lo sabe cualquier tendero.

Hil,
No sea usted modesto, amigo mío. Le he visto en su tienda y usted es de los que retuerce la cinta, es decir, de los que riza el rizo. A todas las mujeres las convence de lo bien que les queda  el modelito y si alguna descubre que le sobresalen las gorduras, usted cambia las lorzas por evidencias de buena salud y mejor alimentación. Y cuando a un hombre le prueba usted un traje, el susodicho se yergue poniéndose firme como un capitán general.

Aplique usted esa habilidad a la política del PZ  y subimos como la espuma.

Seb.
O nos evaporamos como la gaseosa. Y dígame, ¿y los militantes?

Hil.
Por eso no se preocupe. Tenemos muchos porque en este país, aunque no lo parezca, la gente sigue gustando de la zarzuela. Además, en cuanto salgamos a la palestra (que no sé muy bien lo que es pero parece el sitio donde debe esta cualquier partido), tendremos gentes de todas clases: personas cultivadas amantes de las grandes obras de Barbieri, Arrieta o Gaztambide; gentes del pueblo llano, enamoradas del género chico; juventud soñadora de utopías y exotismos que se ven retratadas en las fantasiosas operetas; gentes de diversa condición enamorados de la comedia musical; individuos picarones que se emboban con la revista y las piernas de las intocables vedetes; sujetos que se desternillan con las vicisitudes de los paletos cuando llegan a la ciudad; campesinos que se burlan de los señoritos de pan pringado, incapaces de distinguir una vaca lechera de un toro de lidia… Gente no nos va a faltar, variopinta, desde luego.

No olvide que, en cierto modo, somos un país de zarzuela.

Seb.
Veo que lo trae usted todo pensado, Don Hilarión.

Hil.
¡Sí señor!. Fíjese que tengo casi preparado un Gobierno, por si acaso tuviéramos mayoría …

Seb.
¿Un Gobierno?

Hil,
Pues claro. Mire usted: Para las cosas de Hacienda, ¿quién mejor que Moniquito y sus compañeros de la tabla de multiplicar de La rosa del azafrán? Al fin y al cabo, para manejar dineros, con las cuatro reglas es suficiente…

Para Sanidad, nadie como los doctores de El rey que rabió.

Educación la llevaría Leandro, el de Las Leandras, capaz de dirigir en el mismo edificio un colegio para señoritas remilgadas y una escuela de artes amatorias; un centro educativo que lo mismo enseña a hacer una tortilla que …. usted ya me entiende.

Defensa la veo en manos de Gaspar, el gran patriota de El tambor de granaderos.

Del Turismo se ocuparían Los sobrinos del Capitán Grant, que son muy viajados.

Interior podríamos dárselo a cualquier empresario, porque esos siempre barren para adentro.

En cuanto se me ocurran candidatos para Agricultura, Vivienda y Obras Públicas, presento los estatutos y listo. ¿Está usted conmigo para el PZ?

Seb.
Hombre, Don Hilarión, ¡Déjeme usted, al menos, una jornada de reflexión!


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