Obras de varios autores. Elena
Gragera, mezzosoprano. Antón Cardó, piano. Iagoba Fando. violonchelo. Auditorio
Nacional, Sala de Cámaras. 19-4-2013.
Interesante concierto formado por
un nutrido conjunto de canciones, con un recorrido musical que abarca unos
quinientos años de historia, con el denominador común de Cervantes. Veinticinco
canciones que podrían agruparse en obras que pudo haber escuchado el propio
Cervantes (de F, de la Torre,
J. de Anchieta, M. de Fuenllana y K. Vásquez); páginas que utilizan textos
cervantinos (E. Halffter, A. Vives, F. Obradors, J. Nin-Culmell, C. Palacio L.
Balada, A. Weber y H. Wolf); musicalización de textos de contemporáneos de
Cervantes (M. de Falla, F. Mompou, J. Nin-Culmell y R. Gerhard), y una página
inspirada en el Quijote de J.
Comelles en la que intervino el violonchelista Iagoba Fando.
No estamos muy seguros de que las
diferencias estéticas que presenta este abanico de canciones, representaran un
problema para el público, teniendo en cuenta, además, la pequeña duración de
cada una de ellas. Quizá los enamorados de la música antigua se sintieran
transportados con el Pámpano verde, de
Francisco de la Torre
y no cómodos con la obra de Balada. Lo que sí podemos decir es que este detalle
no fue un problema para la mezzosoprano pacense, que lució una voz bella,
cálida y llena; rica en matices y con suficiente técnica para solventar algunos
momentos de marcada exigencia.
A lo largo de la velada pudimos sentir la meditada melancolía de Noche fría (Carlos Palacio), la alegría del baile popular de Siempre escoge la mujer (Joaquín Nin-Culmell) y Por do pasaré la sierra (Robert Gerhard). Resultó especialmente simpática la sencillísima canción Vete, vete pícaro hablador (Nin Culmell), quizá la pieza más corta de todo el repertorio cervantino, pero con mucha ocasión para el lucimiento expresivo.
A lo largo de la velada pudimos sentir la meditada melancolía de Noche fría (Carlos Palacio), la alegría del baile popular de Siempre escoge la mujer (Joaquín Nin-Culmell) y Por do pasaré la sierra (Robert Gerhard). Resultó especialmente simpática la sencillísima canción Vete, vete pícaro hablador (Nin Culmell), quizá la pieza más corta de todo el repertorio cervantino, pero con mucha ocasión para el lucimiento expresivo.
Elena Gragera, sola, llenó de
expresividad el Cantar del alma (Federico
Mompou) y sorteó las dificultades del Soneto
a Córdoba (Manuel de Falla), el dramatismo y hasta la tristeza del ciclo de
Joan Comelles y la estructura más moderna de Tres cervantinas, de Balada.
Un mundo estético diferente
estuvo representado por las obras de Carl M. von Weber (Sola, me siento acompañada) y Hugo Wolf (Cabecita, cabecita), ambas con texto perteneciente a La gitanilla. El mundo clásico del lied
alemán aflora en estas canciones con toda su prestancia. Y la cantante lo
dominó, ofreciendo expresividad y, sobre todo, muestra de su control del
volumen sonoro.
Vidal Hernando
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